
martes, 22 de abril de 2014
Un alto en el camino

miércoles, 15 de enero de 2014
Confesiones de Arsenio (I)
El día transcurrió sin demasiadas novedades,
aunque a medida que comenzaba a bajar el sol, comencé a preocuparme. El tiempo
que les debía llevar acercarse hasta la tormenta y volver no podía superar las
seis horas. Y no es que no pudiera llevarles más. Cuando se internan en el mar,
las barcazas se pierden más allá del horizonte. Podrá usted imaginarse la
magnitud de la tormenta si desde acá podíamos ver los rayos azotando las islas.
Era muy probable que volvieran en dos o tres horas. El mar se veía picado a
simple vista y las crestas de espuma podían superar los cinco metros; puedo asegurarle que en el mar el impacto es
más violento. Las barcazas se desbarrancan en las laderas de agua para ser
engullidas por sus valles. Uno acá puede correr hasta cualquier vivienda. Basta
con subir un par de peldaños hasta la galería para estar a salvo, pero allí lo
único que sirve es la pericia y el criterio para darse cuenta de que no se debe
continuar. Confiaba en Ramiro, pero las horas pasaban, y de ellos, ni rastro.
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