miércoles, 29 de junio de 2011

LA INMORTALIDAD DE ANARKI (Fragmento sobre Maria)

María sintió que la angustia le llegaba desde adentro, que le reptaba desde el estómago para cerrarse como un puño alrededor del cuello, segándole la posibilidad del grito que no había logrado reprimir cuando contestó el teléfono aquella mañana.
El llamado la había depositado en un amanecer frío, en las pisadas que habían crujido entre el pasto de Villa Venecia y que habían quebrado la misma escarcha que cubría el rostro de Julia; aquella Villa Venecia que ahora le devolvía un cuerpo frío al que se abrazaba, pidiendo la misma respuesta que marcaban sus ojos vidriosos: un por qué.
Sus ojos no pedían venganza, pedían un por qué tan simbólico como el que María pedía desde hacía años, desde la huída de los dedos toscos que le habían rozado la blancura de una prenda de algodón, que le habían mostrado la penetración forzada apenas pasados los diez, los moretones donde no se veían, las amenazas, y la culpa de haber dejado que, llegada a la ciudad, otros dedos gordos arrancaran la oscuridad de sus ligas, la penetración consentida, los moretones y los billetes que contaba después de cada baño en el que el alma no se limpiaba.

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