lunes, 18 de abril de 2011

EL ÚLTIMO PIQUE (II)

Desde esa posición, ya más tranquilo, pudo darse cuenta de la gravedad de la situación. Nunca supo si la bomba había sido ubicada en el lugar previsto. De hecho, comenzó a pensar en que los cálculos habían fallado y había sido ubicada en el lugar equivocado. Las consecuencias parecían estar a la vista. Las grietas comenzaban a expandirse de la edificación como tentáculos rasgando el suelo que minutos antes le había servido de soporte para hacer esa carrera infernal. De sus compañeros, ni rastro. Intentó comunicarse varias veces pero, nuevamente, no obtuvo respuesta. Cuando se dio cuenta de que las fisuras comenzaban a alcanzar la cápsula, no tuvo más opción que ponerla en funcionamiento y elevarse hacia el espacio profundo.
La cápsula se elevó al tiempo que las grietas se hacían cada vez más grandes y la mayor parte del planetoide comenzaba a ceder presa de su propio peso. Desde el aire, vio cómo la edificación era engullida, cómo la mampostería era devorada, cómo uno de sus compañeros salía corriendo de la edificación y cómo era tragado rápidamente por una de las tantas quebraduras que comenzaban a mostrar en su fondo tramos del espacio infinito.
Intentó comunicarse con la estación espacial pero no tuvo suerte. Sin bien la pantalla titilaba, todavía no lograba establecer una comunicación fluida. Pensó en que quizá todavía estaba demasiado cerca de la influencia de las ondas macrobianas. Supuso que en cuanto se dispersaran, volvería a restablecerse la comunicación con la base. No se desesperó y se dispuso a aguardar un tiempo prudencial. Y el tiempo pasó.
Tan prudente fue que logró observar con estupor cómo el asteroide se fagocitaba a sí mismo, cómo iba desapareciendo a medida que las rocas se tragaban; cómo, progresivamente, el espacio en el que antes había habido un planetoide comenzaba a dar paso al vacío, a ese frío único que nunca se dejaba conocer, a esa gélida realidad que rodeaba todo lo que conocía.

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