miércoles, 6 de abril de 2011

EL NUEVO DESPERTAR




Cuando volvió a escuchar los truenos, Daniel abrió sus ojos, se levantó y se dirigió hacia la ventana. Al asomarse, descubrió que la tormenta continuaba. No podía recordar desde hacía cuánto que llovía, pero siempre lo despertaba algún trueno o el destello de algún relámpago que se le filtraba entre los párpados para dañarle los ojos. Por eso los mantenía cerrados siempre que podía. Ahora se habían acostumbrado a la penumbra y,  cobijado por ella, los vio llegar. Sintió una enorme sensación de alivio y salió corriendo a esperarlos al rellano de las escaleras. 
La puerta no tardó en abrirse y pudo escuchar las risas de María. Detrás de ella, Juan, con el traje empapado, traía una botella de champagne. La dejó sobre una mesita al lado de una porcelana china mientras cerraba la puerta con llave. María intentó encender la luz pero la penumbra se mantuvo. Él la abrazó y así comenzaron a subir las escaleras, dirigiéndose hacia el piso de arriba, cambiando las carcajadas por comentarios de la fiesta. Ambos pasaron a su lado sin dirigirle una palabra. Daniel se quedó triste, mirando cómo se metían en la habitación. Les siguió los pasos y se introdujo en ella.
Acostados, Juan no tardó en dormirse. María daba vueltas sin poder conciliar el sueño. Temblaba de frío. Un nuevo relámpago iluminó el recinto tiñendo todo de un blanco pálido. Daniel debió cerrar los ojos porque el destello se los perforó. Entonces fue cuando escuchó el grito de María. Al abrirlos, vio cómo María lo miraba y Juan se daba vuelta hacia ella, todavía somnoliento.
   Está al pie de la cama.
   Vamos María —dijo mientras volvía a apoyar su cabeza en la almohada—, tuvimos un día largo. ¿Por qué no dormís un poco?— inquirió.
   Es que aparece con la lluvia— le respondió ella con una voz que se desvanecía. 
   Ahí, no hay nada, María. Vamos a dormir— dijo cerrando sus ojos.
Ante un nuevo relámpago, la habitación volvió a iluminarse. Esta vez, Daniel pudo mirarla fijamente. No hubo destello que lo incomodara. Entonces fue cuando sus ojos se fundieron, cuando ella profirió un grito que se quedó disuelto en el rugir del trueno. Juan se movió sobresaltado.
—María —balbuceó, tocando su cuerpo para encontrarlo inerte; para encontrarla pálida, con mueca de horror, al abrir los ojos—. María —repitió, siguiendo el sentido de su mirada, sin lograr verla—. María —volvió a repetir cuando un nuevo relámpago la reveló apoyando sus manos sobre el pequeño Daniel.

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