miércoles, 23 de febrero de 2011

EL LAGO DEL DESTINO (1992)


El paraje era desolador, una mezcla entre un paisaje de película de terror clase B con alguna genialidad de Dalí. Las estalactitas colgaban del techo de la caverna. Oscura, tenebrosa y de luminiscencias rojizas, escondía bajo las sombras, que formaban los codos y pasajes, pequeños demonios de forma escurridiza. El calor era agobiante y la atmósfera se pegoteaba a las ropas de aquel hombre como abejas a un panal de miel. Los graznidos de angustia hacían el clima aún más irrespirable. De ojos profundos, facciones esqueléticas y barba de tres días, continuaba su travesía escudriñando palmo a palmo cada rincón del lugar. Tras un recodo descubrió aquella fuente de luz: un inmenso pozo de unos cuantos cientos de metros se abría a su paso. En su base, un gigantesco e hipnótico lago de lava burbujeante, expulsaba sus entrañas invitando a penetrarlo.

—Muchos lo han cruzado —dijo una voz a sus espaldas.
El hombre se dio vuelta alarmado. Un ser de aspecto humanoide se erguía acechante a sus espaldas. Sólo bastaría un pequeño empujón de para arrojarlo a la incandescente piscina. A pesar de todo, no le ocasionaba molestia ni angustia alguna; es más, de alguna forma su presencia lo tranquilizaba.
—¿Quiénes son capaces de cruzar semejante lago a más de mil grados de temperatura? —preguntó con intriga.
—Aquellos que están más allá de la muerte —respondió el ser de nariz aplastada y cornamenta colosal, que observaba el fondo del vacío—. Aquellos que llegan aquí, deben probar que están más allá de todo, tanto del bien como del mal.
—¿Del bien? —preguntó ignorando casi toda la frase—, esto más bien parece el infierno —afirmó volviéndose hacia el ser.
—Esto es el infierno —dijo el Goliat, tras lo cual agregó tomándolo de la mano— Es hora de partir —y lo condujo hacia el fondo del abismo.
El hombre observaba todo con extrema cautela. Tras un recodo y con el demonio a sus espaldas, observó una larga cola de almas que, como él, esperaban el turno. Cada uno de ellos, tenía su propio guardián.
—Todos tienen la obligación de cruzarlo. Quienes se hunden son levantados por los ormags…
—¿Quiénes son los ormags? ¿Adónde los llevan? —cuestionó el hombre, mientras observaba cómo un hombre era elevado por uno de los seres alados que graznaba como un águila enfurecida.
—Son los guardianes de las puertas oscuras, aquellas que se abren para dejar entrar pero no para dejar salir. Los que se hunden delatan sus vidas de miseria y despotismo. Son llevados según sus culpas al lugar donde pagarán sus errores; mucho de ellos, irán directamente al corazón del infierno. Los que lo cruzan van al purgatorio… la Tierra, como le dicen ustedes.
            La espera se hizo incesante, pues conocía sus culpas y sabía que no lo lograría. Sin embargo, un sentimiento de profunda tranquilidad lo invadía, convirtiéndolo todo en una especie de juego macabro. Llegó su turno y observó el largo camino frente a sus pies. Cerró los ojos y comenzó a transitarlo. Su silencio fue perfecto, como así también el de sus testigos. El Goliat lo observó. Segundos después esbozó una sonrisa dejando relucir sus irregulares dientes podridos.
El trayecto mediaba su fin. El hombre abrió los ojos y miró sus pies. Brillaban con una incandescencia que lo cegó. Observó sus manos mientras un ormag revoloteaba a su alrededor. Una gota de sangre explotó en su palma… y otra… y otra. Sus ojos brillaron con luz maligna y el ormag cayó en la laguna, quemando sus alas y expulsando su último grito. Una explosión en el techo de la caverna rompió el silencio en el fondo del pozo. Una tormenta de sangre y piedras dio comienzo. El caos fue total. Mientras todos buscaban algún refugio y el mar de lava se picaba haciéndose presa del vendaval, el hombre, en una mueca de horror, placer y furia, levantó sus brazos y se entregó entero al nuevo dueño de su alma. El cielo, visible entre los huecos de caverna, tornó vigorosamente su azabache a escarlata. Un ser amorfo y gigantesco, de ojos de fuego y cuernos retorcidos, rugió en la oscuridad, mientras se presentaba introduciéndose como una ráfaga dentro de la cueva. Se mantuvo flotando y acechante a diez metros sobre el nivel de la lava. Sus fauces chorreaban ácido y su nariz expulsaba humo amarillento. Graznó hacia el cielo y remolinos de fuego procedentes del lago envolvieron al hombre que mutaba segundo a segundo en las más retorcidas y espantosas formas. Su cara transformada, era parecida a la del ser dantesco, aunque aparentaba cierta jovialidad. Los dos aullaron al cielo y escaparon por los huecos de la caverna dejando tras de sí un vacío que succionó a más de un prevenido. El Goliat observó el espectáculo y tras él, murmuró entre dientes
—Un nuevo ángel ha caído, una nueva forma de terror ha comenzado y las profecías del Libro Oscuro, finalmente se han cumplido. 

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