domingo, 13 de marzo de 2011

LA QUINTA COLUMNA (Parte 3) 2008

[...]

Vuelve la parodia: el galpón cerrado, el agobio de las luces, la garganta reseca, la necesidad de agua pero sólo hay vino, la pareja que pide la cuenta, la relectura de Alexis, las ganas de gritarle su furia, su sexto trago, la mano que se levanta; Gaia que camina, ahora sí, moviendo el culo, pero no tanto como él sabe ella sabe moverlo. Me está envenenando, piensa, y si el amor no tiene algo de veneno, dónde está la contradicción de los sentimientos que se encuentran (tan mal frase de quien la haya ideado; a esta altura, colisionan). Pedro se pregunta de dónde se sacan esas ganas de querer dar la vida por los ojos que ahora se posan en otros; otros ojos que ahora los observan y que, ante su mirada, vuelven a caer en el fondo del whisky doble (que no es té). Alexis pide su cerveza, él apenas balbucea su cerdo agridulce, la mandíbula se le afloja; tiene sed; otro sorbo; siente que apenas puede retener las ganas de ir al baño; la pareja se levanta y se va sin pagar. Habrá que volver a hacer otra retoma pero el director calla, tan absorto en la perfección de la escena. Es cierto, todo sale redondo; tan redondo que Nuria, los maquilladores y los ayudantes se van del plató. Gaia trae el cerdo y la cerveza. Alexis le repasa el plan: él se levantará, se dirigirá al baño, escapará y cuando escuche los disparos... pero Pedro ya no escucha. El dolor y la sequedad le anuncian un calambre inmediato. La escena continúa con la precisión de un reloj que ahora sí le permite ir al baño. Se disculpa y se levanta. No podrá seguir por el resto del día. El director le pide tranquilidad, que siga así, que su actuación está siendo sublime. Pedro no lo duda aunque los dolores no hayan estado en el guión. Pedro camina con paso torpe. La cámara lo sigue desde un steadycam. La escena parece real, dolorosamente real. Cuando entra al baño escucha el corte del director, los aplausos, el final de la escena y él que se desploma sobre el piso del baño. Se arrastra hasta el inodoro. El cerdo agridulce. Entonces ya no escucha bien. Las contracciones le demandan energía, y todas sus fuerzas están centradas en controlarlas. Llega al inodoro y apoyándose en él, intenta erguirse para alcanzar la ventana. Escucha los disparos, aunque en la vorágine parece ser uno. Ya debería estar afuera. Ya debería haber arrancado el auto. Cuando Alexis note que no está ahí, volverá y lo llevará al hospital. Sí, Alexis no tardará en volver en su ayuda. Pedro vuelve a desplomarse y apoya el codo sobre el inodoro. Todo gira, todo da vueltas. Piensa en el galpón cerrado, en el agobio de las luces, en el calor y en la sed; en la pareja que pide el café, la cuenta y se va sin pagar; en el director tranquilizándolo, en el cerdo agridulce y en las seis copas de vino. Abre la boca para que le entre el aire, para oxigenarse más, para recobrar fuerzas y pedir ayuda. Apenas suelta un gemido cuando decide apoyar su cabeza contra el piso y esperar a que Alexis lo socorra. Sí, así, en posición fetal va a aguantar mejor el dolor, se dice por lo bajo, mientras ve por el espacio debajo de la puerta que alguien se acerca desde el salón. La puerta se abre. Pedro levanta su mano reclamando el socorro.
– El vino… –balbucea en un hilo de voz.
            Los ojos se le humedecen pero en el calidoscopio logra ver una figura que se apoya en el marco; una figura que le sonríe y que parece esperar una señal; una figura que apaga la luz cuando un auto arranca y que se aleja moviendo (ahora sí), perfecta, su culo de un lado a otro.

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