Entre tanto chupi, el petardo era infaltable —del que explota y del otro. Por eso, cuando Papá Noel irrumpió en medio de la reunión, todos se cagaron de risa. Hasta el negro Baltasar se había adelantado de fecha. Ahí andaba, en pleno 24 chorreando betún por todos lados. Un desubicado.
Papá Noel llevaba la peor. La bolsa a sus espaldas era tan grande como él y ni Melchor ni Gaspar amagaron a ayudarlo. “¡Qué amargos!”, pensé, “cómo se nota que morfan dátiles y los camellos los llevan de acá para allá; nada de andar sufriendo renos por las alturas”.
—¡Mojojójo, Feliz Navidad! —disparó Papá Noel, mientras los otros tres desenfundaban unas recortadas más grandes que sus barbas.
Papá Noel abrió la bolsa y se limitó a esperar que cada uno de nosotros desfilara para tirar adentro joyas y billeteras.
—Pa’ los regalos —se excusó, y los cuatro se tomaron el palo.
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