miércoles, 29 de febrero de 2012

De Patricio (Fragmento de El Pez)


A Patricio le costó aceptar el reto, insertarse en la oscuridad, hundirse en la barranca, pero por otro lado pensaba que había cosas que sólo se presentaban una vez en la vida. Si no era esa, cuál sería. No podía esperar. En cuanto llegó a la base, supo que le sería difícil salir de allí, sin embargo el sentirse tan cerca, lo hacía sentirse vivo. Podía percibir el olor, podía saber que se estaba acercando, sabía que estaba llegando.
La noche era fría y el viento llegaba desde el río. Una menguante irregular se recostaba sobre las márgenes en las que se mecían juncos que comenzaban a rodearlo. Sabrina, El Muelle, el Medrano, la noche merecía terminar como había comenzado, a pura adrenalina, a pura gana de llegar hasta donde estaba llegando, con los juncos recibiéndolo en un tupido abrazo y con  sus zapatos hundiéndose varios centímetros en el agua. Se dejó llevar por la corriente, una corriente que no tardaría en dejar la arena para enclavarlo en estructuras de concreto cóncavo que le aseguraban la entrada al acueducto. Apuntó la linterna hacia la entrada la boca del lobo. Poca era la visión que podía lograr. Había ratas, no muchas, pero adentro habría muchas más. Esa era una madriguera. Sin embargo, continuó avanzando hasta dejar que la enorme boca negra comenzó a tragarlo.
Vio el reflejo a través de las irregularidades de las aguas. En esos momentos caían tranquilas, casi como sólo delatando el movimiento de los rodeores que pasaban de un lado a otro libres, agrupándose en sus comunidades. Salió despacio, como olfateando en el ambiente el nuevo olor que llegaba, que se acercaba desde el río. Se agachó detrás del primer recodo, en donde esa luz dirigida no pudiera encontrarlo, entonces esperó a que esos zapatos pasaran su línea, lo desafiaran; esperó a que la oscuridad de quien entraba quedara a su retaguardia. Entonces se levantó, sigiloso, acuoso, con la agilidad de un Vertebrata, y entonces no importó la luz, ni el grito que se ahogó, ni los varios días de agonía; porque entonces groó, y entonces reinó el silencio. 

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